Este año Guðmundsdóttir
volvió a bajar de sus encumbrados palacios metafóricos para entregarnos un
álbum completamente seráfico. Más allá de ser una futurista y un tanto
minimalista ópera, es también una declaración filosófica sustentada en la
complicidad implícita entre el macrocosmos y el microcosmos, el cual plantea
una cosmogonía etérea, metafísica, que nos recuerda lo efímeros y diminutos que
somos.
El mensaje, obviamente inspirado en los fenómenos naturales más
sobresalientes, o al menos más sobresalientes en la mente de esta polifacética
artista conceptual, es de renacimiento: las intrincadas y eclécticas metáforas
utilizadas van de la mucha obscuridad a la mucha luz, de la mucha fragilidad al
poder absoluto de la voluntad, de los triunfos más pequeños de la creación al
más sidéreo de los secretos.
Contando con una discografía tan atrevida y original, no es de sorprenderse
que dicha artista publique algo tan radical, pero ¡oh sorpresa! una vez más
Björk ha logrado crear un universo paralelo tan atractivo como astral en este
disco, y además, logrando una fundición entre lo intangible y lo material, pues
esta obra va de la mano con tecnología de punta.
La innovación musical se debe en parte a la ciencia especialmente
diseñada para este proyecto. Se crearon por lo menos 3 instrumentos para esta
entrega, entre ellos una bobina de tesla (la cual no se creó claro sino que se
adoptó para ser utilizada como instrumento en la canción “Thunderbolt”). Este
fonograma también cuenta con una aplicación diseñada junto con la empresa Apple
en la cual el escucha puede interactuar con la propuesta presentada a lo largo
de él.
Empieza el álbum pintando un paisaje muy atmosférico, entre pueriles
cuerdas sutiles con líneas melódicas muy simples y una sencilla base de
arpegios, que de no ser por la magnánima voz islandesa y el sorprendente coro
que acompaña a la cantante a lo largo del disco, se volverían monótonos, sin
embargo son transmutados en las fuertes columnas de esta primer misteriosa
cantilena llamada “Moon”.
El primer sencillo lanzado, denominado “Crystalline”, es una oda a la
liberación del dios interior que yace dentro de todos, dentro de todo, es una
demanda de realización de la propia identidad, algo que nadie creo sea capaz de
contradecirle a alguien con tan singular historia, y el cual termina con una
explosión vigorosa de un futurista y muy sólido drum and bass.
“Dark Matter” es una muestra de exóticas armonías vocales y texturas
galácticas tejidas junto con un órgano que dan una sensación de permutable
existencia, nos recuerda que la materia no se crea ni se destruye y sólo se
transforma.
Y entre este viaje tan sideral, se encuentra “Virus”, la cual es una
cósmica alegoría del amor, que a pesar de su romántica temática (por supuesto
sin recurrir a lo cursi), mantiene la línea conceptual del disco, ese
sentimiento de universalidad.
En “Mutual Core” se percibe una pasión por la madre Tierra, nuestro
planeta, y nos transmite su armonización con el diario acontecer, se habla de
lo importante que es el dejar fluir la energía en este mundo que habitamos, que
al fin y al cabo estamos todos juntos en una esfera volando en el espacio,
llevamos todos la misma trayectoria cósmica.
Para cerrar
escuchamos “Solstice”, en la cual persevera un sentimiento de esperanza y
optimismo, y la letra parece remitirnos a las enseñanzas alquímicas, hablando
sobre como todos somos seres de luz.
Una vez más
Björk ha creado una joya musical única, la cual puede ser un poco difícil de
digerir al principio, por el sonido un tanto abstracto en cuanto a la manera de
trabajar la armonía y los ritmos, pues hace uso de compases irregulares, y por
los timbres nunca antes escuchados de los instrumentos vanguardistas. Un disco
que amerita ser escuchado de principio a fin, por su belleza y su lirismo, y
para comprender más lo mucho que tiene que decir esta espacial diva.
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